Amor controlado

A Javier Puche.

Se ha comprado el último modelo de impresora. Es una máquina bellísima. Láser. Multifunción. Silenciosa. Bordes redondeados simulando dunas. Al atardecer, se sienta en su mesa y escribe. Una frase basta como pretexto para ponerla en funcionamiento. Teclea “estoy aquí” e imprime. Aquel aparato, emite un bip y suspira, mientras escupe dulcemente el papel.  Haciéndose el distraído, se percata patéticamente del mensaje impreso con un “oh”. Y lee “estoy aquí”. La emoción lo embarga. Y vuelve a teclear “te echaba tanto de menos, amor”. Da la orden de impresión y, de nuevo, suena el bip; sólo después, el lánguido suspiro. “Oh", repite con falsa sorpresa. Cuando está satisfecho de tantas absurdas dulzuras, la apaga y ésta deja de titilar. Mientras espera la llegada del sueño, fantasea con las frases que, al día siguiente, recibirá.
Lástima que lo encontraran muerto sobre su mesa. Yacía junto a la impresora, que con luz de alarma y sonido estridente, reclamaba tinta sin descanso. En la mano, guardaba con fuerza, un pequeño estuche de tóner vacío.

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