Estancia

Temo la ambigüedad de la palabra estancia porque me devuelve la imagen de un cuarto de pueblo durante la anteguerra. Esos lugares desangelados con, quizás, una imagen de la virgen llorosa y sufriente o un crucifijo escueto donde, presumiblemente, se tomaban, digamos gachas o migas, alrededor de una mesa camilla en el más absoluto silencio, donde respetar al padre significa hermetismo o, por qué no, donde, al anochecer, se tomaba declaración a algún hombre libre que habla más de la cuenta.

Para nada me sugeriría la composición poética de heptasílabos y endecasílabos sino la soledad. En absoluto el ballet compuesto en 1941 por el compositor argentino Alberto Ginastera, sino el estatismo. Tampoco al pensador Heidegger, tal vez, ostracismo.

En cualquier caso, no hablo de ningún sentido similar a aquellos expuestos. Hablo de círculo. En una geometría figurada, la estancia nos envuelve con seda. No digo rica seda. Digo frágil hebra tejida de araña a punto de resquebrajarse siempre. Estancia que, en el sentido onírico que le atribuyo, me sobrecoge porque no guarece. Más bien oprime. Por qué no decir entonces miedo en lugar de estancia. Si acaso, temor. Elijamos pues, no estancias, sino cuartos luminosos con ventanas al mundo.

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